Cuantos menos apegos materiales se tiene, más libertad se gana
Dice el Diccionario de la Real
Academia Española que pundonor
es “un sentimiento que impulsa
a las personas a mantener su
buena fama y a superarse”,
además del estado en que la
gente cree que consiste la honra,
el honor o el crédito de alguien;
“para mí es hacer las cosas con
ganas de mejorar, hacerlas bien
y no quedarse a medias, se trata
de trabajar con ahínco”, explica
Annette Arellano al comentar por
qué esa palabra aprendida de
su madre es la que resume en
gran medida su capacidad de
sobreponerse a las dificultades
de la vida. “Mi vida cambió tras el
nacimiento de mi hija Alexia, que
sufre una discapacidad intelectual,
no voy a negar que los primeros
años fueron muy duros y confusos.
Yo siempre he sido una persona
que pretendía tener todo bajo
control y en orden, ella llegó a
cambiar todo eso, a convertirme
en mejor persona”, sentencia con
alivio.
Durante los primeros años
se volcó en ofrecerle todas
las terapias posibles, “ella
trabajó cada día en lo que yo me
empeñaba, aprendió a caminar,
a comunicarse; visitamos
pediatras, terapeutas, médicos,
psicólogos… Incluso puse en
marcha una fundación para ayudar
a otras personas con dificultades
similares… todo terminó
reventando, el enfoque no era el
correcto y todo parecía venirse
abajo”, recuerda.
Comenzó entonces un proceso
de metamorfosis que resultó
virtuoso; “tardé en comprender
que mi hija ya era feliz y que los
que deberíamos transformarnos
éramos nosotros. Ella no tenía
problemas, es puro corazón y se
ha quitado de encima el peso de
la mente, es una maga que todo
lo tiene dentro de ella misma y no
depende de lo de afuera. Empecé
a dedicar tiempo de calidad a
mis otros dos hijos mayores,
estudié en España una maestría
en Relaciones Internacionales,
empecé a soltar el control y casi sin
darme cuenta la situación empezó
a fluir cuando regresé a México.
Llegó hasta mí la posibilidad de
comenzar con el proyecto de
Kalimori, que en lengua Aimara
significa ‘casa de luz’, que consiste
en una residencia para personas
con necesidades especiales en
la que puedan desarrollar sus
habilidades y la idea empezó a
tomar forma”, narra con sincera
emoción.
No se trata de un proceso fácil ni
libre de dudas y temores; “me di
cuenta como madre que había
otras familias con hijos adultos
que compartíamos una misma
necesidad: ellos querían tener
un lugar, su propio espacio, tener
actividades independientes como
sus hermanos, ser parte de algo,
tener un valor en la sociedad, como
papás nos cuesta mucho trabajo
soltar”, confiesa con cierto aire de
liberación. “Estamos programados
social y culturalmente para
protegerlos toda la vida. Nos han
hecho creer que no pueden estar
mejor en ningún lado que con
nosotros. Y luego está el asunto
de la culpa: cómo voy a dejar
a mi hijo o hija en un albergue,
nos asaltan temores sobre su
seguridad personal, y más si son
chicas. Hoy te puedo decir con toda
sinceridad que mi hija es mucho
más feliz, libre e independiente,
como corresponde a un adulto
de su edad”, sentencia orgullosa.
Tras su experiencia anterior
con la gestión de la fundación,
“ya sabía que el nuevo proyecto
debía generar sus propios
recursos, que no podía depender
de la filantropía o las subvenciones.
Además de su orientación
sustentable, amable con el medio
ambiente, se trata de tres esfuerzos
empresariales con sentido social.
Kalimori, que es la residencia para
las personas con necesidades
especiales mentales, Granja Isana,
enfocada en la producción de
huevos de gallina y Casa Pixan,
un hotel boutique. Entre las tres
conforman un modelo integral con
el propósito común de contribuir
a que personas con discapacidad
intelectual desarrollen habilidades
para el trabajo y para la vida
independiente, a la vez que, como
sociedad, vayamos cambiando
la manera como nos adaptamos
a las diferencias y construyendo
sociedades y empresas más
incluyentes”, describe con detalle,
mientras reconoce que es el
trabajo que más feliz la hace sentir,
haciendo gala a ese punto de honor
que ha alcanzado.